Publicado originalmente en Reflexiones Ciudadanas de abril de 2015
En el número anterior comenté que el país se encuentra ante una necesidad de cambio para poder enfrentar los retos que se nos presentan. Mencioné que el problema es estructural, que es necesaria la inclusión de un cuarto factor de acción y decisión, aparte del gobierno, iniciativa privada y partidos políticos. Este factor es la ciudadanía.
Este tema cobra relevancia ahora que nos encontramos en los inicios de un proceso electoral. Estamos frente a una oportunidad de participar, ojalá de una forma diferente.
Tenemos varias opciones para diversos puestos públicos por lo que nuestra tarea es ardua. Hay que investigar, explorar, preguntar y escuchar.
Un primer consejo lo tomo de Stuart Holliday, quien nos dice, en relación a los procesos de selección de servidores públicos: “El mejor consejo que haya recibido alguna vez fue que el desempeño previo predice el desempeño futuro.” Nada nuevo bajo el sol. El consejo es tan simple que es difícil de seguir.
Por otra parte, existen voces que intentan descalificar el proceso y llaman a castigar tanto a los partidos como a los políticos mediante la abstención y la anulación de votos. Aducen una posible anulación de la elección y otros efectos similares. Cuando escucho estos argumentos, me pregunto: ¿y qué ganamos con eso? Probablemente generemos una crisis adicional que vendría sin duda a complicar la situación actual. Es interesante explorar un poco más la emoción y la lógica que prevalece detrás de este argumento.
Me parece que la emoción está relacionada tanto con el enojo como con la frustración. “No me importa los costos, hay que castigar” parece ser la lógica. Creo que debemos escuchar el adagio popular que nos aconseja no decidir cuando estamos enojados. Tomar decisiones en esta línea cierra espacios a una participación futura, además que conspiramos contra la legitimidad de los gobernantes y, por más que intento encontrar una parte positiva, no la encuentro.
Por otra parte, decidir desde una actitud de cómoda indiferencia, esperando que alguien venga a resolver los problemas por mí, presenta un riesgo que Frank Herbert, creador de la novela Dune, expresa de una forma contundente: “No hay desastre más terrible para un pueblo que caer en manos de un héroe.” Si miramos de forma crítica, es claro que tenemos experiencia en este rubro. En un mundo de creciente complejidad, ¿cómo es posible creer que alguien, por su sola voluntad, puede resolver los problemas que enfrentan nuestras ciudades y estados?
Otro fenómeno que debemos observar con cuidado es el de las actitudes cínicas. Aquellas que, según el diccionario de la Real Académica muestran “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables.” Un caso asombroso es el de Amigo Layín que nos causa risa; sin embargo, reflexionado seriamente, podemos darnos cuenta que es una tragedia. Desafortunadamente hay otros casos cercanos.
Leyendo al Prof. Tomás Chamorro-Premuzic de la University College London (UCL), sobre el lado oscuro del carisma, entendido éste último como la capacidad de algunas personas para atraer o fascinar, nos comparte algunos de sus riesgos:
Diluye el razonamiento. Hay tres maneras de influir: razón, fuerza y encanto. De esta última nace el riesgo de la manipulación
Genera adicción, En el aspecto público, este es el origen del populismo por la gran necesidad de aprobación de parte del líder, candidato o servidor público.
Puede esconder personalidades psicóticas que utilizan su capacidad de atracción para fines no necesariamente afines a los electores o ciudadanos.
Fomenta el narcisismo colectivo conformando “tribus” tanto de seguidores, como de detractores. En suma pueden agrupar y dividir.
Con toda nuestra experiencia, como ciudadanos de una incipiente democracia, en un contexto de alta complejidad, tenemos una coyuntura en la que podemos incidir mediante un voto inteligente: bien razonado y reflexionado.
Una vez que hayamos ejercido nuestro voto, el trabajo ciudadano apenas comienza. Es momento de monitorear, auscultar, solicitar, participar y asegurar que los programas se cumplan, independientemente de los usos y costumbres que nos han impedido, de una manera real o por disuasión, participar de forma constante en los espacios pertinentes y sobre todo, dentro del marco legal.